El machismo: Cuando la libertad de la mujer se torna molesta
El sospechoso cuidado del machista
El machista quiere mucho a su pareja; pero la quiere solamente por el poder placentero que le otorga la posesión. Poseer a su amada es la sensación que lleva a la paradoja de un cuidado sospechoso, al modo como alguien cuida celosamente un objeto apreciado que le satisface y le otorga placer. Pero en tal caso, el cuidado se torna en prisión.
La pareja del machista en realidad es una pareja desnivelada por una relación centrada en la posesión y, al mismo tiempo, nivelada por el monopolio de una decisión unilateral. Con un machista no hay diversidad e intercambio; hay uniformidad impuesta por las preferencias de un paradigma que niega la autonomía del otro.
Negando la autonomía de su pareja, el machista emerge ejerciendo una posesión cuasi absoluta que, aunque revestida de cariño y afecto meloso, no expresa más que un vínculo unilateral que termina por opacar el brillo de una relación que debería estar centrada en el intercambio parejo y hasta en la riqueza de las confrontaciones y discusiones constructivas.
Esto explica la marginación y el desplazamiento de la mujer hacia las márgenes y la periferia de una relación sostenida por la apariencia y por una intolerancia que busca imponer un orden aparente a costa de la iniciativa y el intercambio.
El desnivel del prejuicio machista conduce al ejercicio de una posición dominante alimentada por la subestimación de la autonomía y de la capacidad de iniciativa de la mujer. Se trata de un prejuicio que entroniza al machista en el pedestal de una superioridad basada en el ejercicio de un protectorado ambiguo y sospechoso.
El machista es un protector porque ello le otorga la seguridad imaginaria de la incondicionalidad y la lealtad femenina. Se trata de una incondicionalidad que termina en la sofocación provocada por aquel a quien se le confiere la potestad enfermiza de pertenencia por vía de sumisión. La aberración machista proviene de la repugnante expresión "me pertenece".
Salvo los casos donde el modelo machista se expresa en la tosquedad del trato y del maltrato, el machista suele trabajar con mucha paciencia y astucia para doblegar con cierta suavidad la inteligencia de su víctima sin que ésta lo advierta.
El modelo mental del machista está centrado en la anulación de la autonomía del otro y en la vulneración del ejercicio de su iniciativa como sujeto. Al carecer de un registro de la subjetividad y de la capacidad de iniciativa de su pareja, la transforma en objeto. Es a partir de este esquema mental, que el machista implementará las formas de sometimiento sutil en cada circunstancia que la vida cotidiana le presenta a esta aparente relación.
Pero lo más grave de esta forma enfermiza de maltrato, es el ejercicio de un poder placentero donde el machista llega al extremo de diseñar a su gusto la libertad para su pareja. Desde aquí, y bajo tal incondicionalidad y sumisión, la quiere mucho e intensamente, convirtiéndose muchas veces, en el mejor de los casos, en un proveedor capaz de otorgar todo lo externo y rodear de bienes y beneficios a su sometida. Pero todo ello bajo una contraprestación suicida donde aquélla deja de experimentar su condición de sujeto.
Rodeada de atenciones, y siempre en el mejor de los casos, la receptora de ese modelo paternalista y protector sufre la peor afrenta a la dignidad humana, ya que queda reducida a la condición de “objeto disponible”. Por eso, es imaginada como el objeto incondicional sobre el cual han de surgir, con el tiempo, las trampas y las sospechas de una posesión abusiva, cariñosa y autoritaria.