Los malos hábitos de los padres se heredan
El estilo de vida de los progenitores determina el 70% de las conductas y el estado de salud de los hijos en la edad adulta
La dependencia del tabaco o el alcohol, una vida sedentaria y una mala alimentación pertenecen a lo que llamamos ‘estilos de vida’, un factor que parece ser cada vez más importante para determinar la salud y la esperanza de vida de la prole, más allá de los genes, que durante años han sido considerados los únicos dueños de nuestros destinos.
Nosotros somos, de hecho, hijos de nuestros genes, de la vida llevada hasta hoy y de una serie de pequeñas complicaciones, de naturaleza eminentemente casual, que modulan tanto la acción de los genes como la de nuestro estilo de vida.
La epigenética
Los padres transmiten a sus hijos sus genes, o más bien el complejo de sus genes, el genoma. Luego depende del desarrollo de los niños activar o desactivar este o aquel gen en una u otra circunstancia. Esto es lo que se decía hasta hace veinte años, y que todavía se dice, pero ahora se cree que, en algunas circunstancias, los padres también pueden transmitir la disposición para activar o desactivar un gen determinado.
Es la epigenética, una rama de la genética que estudia los mecanismos mediante los cuales el ambiente y las condiciones de vida se almacenan en la composición genética de una persona. Con estos mecanismos no solo se transmiten los ojos azules, el pelo rizado o la nariz de tocino, sino también la experiencia (alimentación, estrés, adicciones) que, si negativa, puede llegar a afectar a la salud.
Con una metáfora informática, se puede decir que el ADN es el hardware y la epigenética el software, que imparte las órdenes. Lo hace agregando o quitando a los genes una especie de ‘etiqueta’ bioquímica para marcarlos e identificar los que hay que utilizar. El mecanismo es complejo, se basa en enlaces químicos y modificaciones de proteínas pero, en resumen, es la razón por la cual los gemelos nacen iguales y crecen de manera diferente: la secuencia de su ADN es idéntica, pero las experiencias de vida, el ambiente, la comida, las enfermedades llevan sus células a diferentes caminos.
Más allá del ADN
Un estudio reciente de la Universidad de Leeds muestra que los malos hábitos materiales, como el consumo de alcohol, el tabaco y la alimentación no regulada, se transmiten de padres a hijos más de lo que se pensaba. Los investigadores involucraron a 21.000 participantes de 50 o más años de edad y procedentes de 13 países europeos. Compararon el tabaquismo, la obesidad y la falta de ejercicio de los participantes con el trabajo de sus padres, su longevidad, tabaquismo y problemas de alcohol durante la infancia de los proprio participantes.
Los hábitos de los padres explicaron entre el 31% y el 78% de su salud actual, con un promedio europeo del 50%. Los países donde la salud resultó ser determinada en mayor medida por los hábitos de los padres fueron República Checa (78%), Alemania (72%), España (70%), Francia (66%) y Austria (64%). Sin embargo, los factores parentales importaron menos en Bélgica (31%), Países Bajos (34%) y Suiza (41%).
Si un padre fumaba cuando su hijo era pequeño, era mucho más probable que este fumara de adulto. También cuenta la edad de exposición a los comportamientos de los padres. Si un niño ve a su padre fumando a los 12 años, la edad decisiva entre la pubertad y la adolescencia, la probabilidad de que se convierta en fumador es casi el doble. Por otro lado, una madre fumadora influye mucho en las elecciones futuras de su hija y mucho menos en las de su hijo.
Los hábitos alimenticios
El paradigma de las investigaciones sobre las consecuencias de los hábitos alimenticios de los padres sobre los hijos es un hecho histórico: la gran hambruna holandesa de 1944, cuando los nazis bloquearon los suministros de alimentos a la población y cientos de miles de personas durante meses sufrieron de hambre.
Los hijos de esos holandeses nacieron con bajo peso y con problemas cardiovasculares, pero lo relevante es que incluso los hijos de esos niños, que nunca sufrieron escasez de alimentos, nacieron con problemas metabólicos y desarrollaron trastornos cardiovasculares.
“Los estudios epidemiológicos han demostrado una fuerte correlación entre un aumento en la ingesta de alimentos de un sujeto y un mayor riesgo de diabetes y enfermedades cardiovasculares en los nietos”, explica Nicola Iovino, co-autor de un importante estudio sobre inmunobiología y epigenética por el Instituto Max Planck de Freiburg, Alemania. “Desde entonces, varios trabajos han sugerido la hipótesis de la herencia epigenética, pero los mecanismos exactos con los que se produce eran desconocidos”. Este trabajo los ha establecido, mediante el análisis de los marcadores epigenéticos del ADN de la mosca de la fruta, un insecto muy estudiado en biología por su sencillez.
Podemos elegir
Así que un bebé nacido en una familia que lleva una vida no saludable corre el riesgo de estar ‘preprogramado’ para tener problemas de salud. Lo cual nos podría llevar a concluir que, en su relación con vicios y malos hábitos, las personas solo son responsables de la parte que no esté vinculada a las condiciones de su niñez o a las decisiones de sus padres e incluso abuelos.
Sin embargo, tampoco hay que echar por la borda años de exitosas campañas antifumo o anti-alcohol, ya que el control de las personas sobre sus opciones de salud, aunque no sea total, sigue siendo determinante. El riesgo, de hecho, es el de sentirse librados de toda responsabilidad, cargar contra el infausto ejemplo, o la mala suerte, de los padres y así aniquilar la función del libre albedrío. Sería demasiado fácil, como confirma hasta Keith Richards, el sulfuroso guitarrista de los Rolling Stones: “Nunca me enfadé con mis padres por cómo soy, después de todo ellos también lo habrán lamentado”.
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