Si bien la filosofía aparece para un competitivo y oportunista del mercado como algo inútil, propio de los románticos, utópicos o delirantes, los hechos muestran que aquel que aprendió a ver y a pensar la vida con un sentido más profundo, está en condiciones más ventajosas aún para competir y aprovechar las oportunidades del campo práctico y “terrenal”. Pues quien sabe elegir no cae víctima del estrés y no se conforma con una actividad limitada por los horarios y abrumada por el apuro. Así, la filosofía le ayuda a lograr el sentido de lo que hace, el “para qué lo hace” y qué hacer con lo que obtiene de lo que hace de manera autónoma y creativa.