La leyenda de la mariposa azul

 
La leyenda de la mariposa azul

Cuenta esta leyenda oriental de la mariposa azul, que hace muchos años, un hombre enviudó y quedó a cargo de sus dos hijas. Las dos niñas eran muy curiosas, inteligentes y siempre tenían ansias de aprender. Constantemente invadían a preguntas a su padre, para satisfacer su hambre de querer saber. A veces, su padre podía responderles sabiamente, sin embargo, las preguntas de sus hijas le impedían darles una respuesta correcta o que convenciera a las pequeñas.

Viendo la inquietud de las dos niñas, decidió enviarlas de vacaciones a convivir y aprender con un sabio, el cual vivía en lo alto de una colina. El sabio era capaz de responder a todas las preguntas que las pequeñas le planteaban, sin ni siquiera dudar. Sin embargo, las dos hermanas decidieron hacerle una picara trampa al sabio, para medir su sabiduría. Una noche, ambas comenzaron a idear un plan: proponerle al sabio una pregunta que éste no fuera capaz de responder.

Nosotros somos responsables por aquello que conquistamos o perdemos.

La pregunta imposible

Las dos hermanas mantuvieron la siguiente conversación con el sabio en el que le hicieron la pregunta que sería incapaz de resolver:

- ¿Cómo podremos engañar al sabio? ¿Qué pregunta podríamos hacerle que no sea capaz de responder? -preguntó la hermana pequeña a la más mayor.

- Espera aquí, enseguida te lo mostraré -indicó la mayor.

La hermana mayor salió al monte y regresó al cabo de una hora. Tenía su delantal cerrado a modo de saco, escondiendo algo.

- ¿Qué tienes ahí? -preguntó la hermana pequeña.

La hermana mayor metió su mano en el delantal y le mostró a la niña una hermosa mariposa azul.

- ¡Qué belleza! ¿Qué vas a hacer con ella?

- Esta será nuestra arma para hacer la pregunta trampa al maestro. Iremos en su busca y esconderé esta mariposa en mi mano. Entonces le preguntaré al sabio si la mariposa que está en mi mano está viva o muerta. Si él responde que está viva, apretaré mi mano y la mataré. Si responde que está muerta, la dejaré libre. Por lo tanto, conteste lo que conteste, su respuesta será siempre errónea.

 

Aceptando la propuesta de la hermana mayor, amabas niñas fueron a buscar al sabio.

- Sabio -dijo la mayor -. ¿Podría indicarnos si la mariposa que llevo en mi mano está viva o está muerta?

A lo que el sabio, con una sonrisa pícara, le contestó: “Depende de ti, ella está en tus manos”.

El arma que utilizas contra los demás puede volverse en tu contra.

La vida está en nuestras manos

La leyenda de la mariposa azul deja patente que nuestro presente y nuestro futuro está únicamente en nuestras manos. Nunca debemos culpar a alguien si algo falla. Si algo perdemos o si algo conseguimos, nosotros somos los únicos responsables. Sin embargo, tendemos siempre a culpar a los demás.

Nos transformamos en víctimas en un intento de deshacernos de la responsabilidad que conlleva aceptar los errores, pero también los aciertos; perder algo o lograr una meta. Ambas circunstancias son igualmente positivas. Aunque siempre tendamos a huir de lo que nos hace sentir mal, lo cierto es que es lo que más nos impulsa y hace crecer.

Nuestra vida es nuestra. Todo lo que en ella ocurra, por muy desagradable que sea, no es culpa de nadie. Si algo falla tras tomar una decisión, debemos admitir la responsabilidad de lo ocurrido, pero no lamentarnos por ello.

En muchas ocasiones, no solo dejamos en manos de los demás lo negativo que nos puede afectar, sino también lo positivo. ¿Cuántas personas hay que dejan su felicidad en manos de los demás? Pero cuando la persona en la que han depositado toda su felicidad se va, se sienten vacías, carentes y sin ningún motivo para ser felices.

La leyenda de la mariposa azul nos anima a ser responsables de nuestra vida. Porque tendemos a dejar en manos de los demás tanto lo bueno como lo malo que nos ocurre.

Para cada uno de nosotros la mariposa azul es nuestra vida. En nuestras manos está qué queremos hacer con ella. ¿La vamos a matar o la vamos a liberar? La decisión que tomemos no podemos echársela en cara a nadie, pues es nuestra mano la que ha actuado por nuestra propia voluntad. Responsabilicémonos de nuestros actos.

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